top of page

Cadenas Invisibles

Camila e Iván eran una pareja admirada por muchos. Desde fuera, parecían inseparables. Siempre juntos, siempre comunicados, siempre pendientes uno del otro. Pero nadie imaginaba lo que ocurría en los silencios, entre los gestos que no salían en las fotos, y en los mensajes que no se leían en voz alta.

Todo había comenzado como suele empezar: con ilusión, mensajes bonitos, detalles, y promesas de un “para siempre” que parecía sincero. Camila se sentía feliz de haber encontrado a alguien como Iván: atento, protector, siempre dispuesto a acompañarla. Iván, por su parte, pensaba que con Camila había encontrado por fin un amor estable, comprometido, serio.

Pero pronto la atención se volvió vigilancia.

—¿Por qué no me avisaste que ibas a salir con tus amigas? —preguntaba Iván, sin alzar la voz, pero con una tensión que congelaba el ambiente.

—No pensé que tenía que avisarte cada cosa… —decía ella, ya sintiendo culpa.

—No es que me moleste… es que me preocupo por ti.

Esa frase, repetida tantas veces, se convirtió en la excusa perfecta para que Camila comenzara a dudar de sí misma. Dejó de ir a ciertos lugares. Empezó a cambiar su forma de vestir. Desactivó notificaciones. Se alejó de algunas personas “por respeto”. Y sin notarlo, fue desapareciendo de su propia vida.

Iván también se transformó. Al principio, sus celos parecían tiernos. “Es que no quiero que nadie más te mire”, le decía, abrazándola. Pero luego se volvió exigente: quería saber con quién hablaba, qué decía, por qué subía ciertas fotos, por qué tardaba en responder. Le decía que era por amor. Que él no podía soportar la idea de perderla. Que si ella no ocultaba ciertas cosas, era porque no lo quería suficiente.

Camila, confundida, aguantó.

Se repetía:—Me cela porque me quiere.—Me cuida porque le importo.—Está pendiente de mí, eso es bueno… ¿no?

Pero dentro de ella crecía un malestar sordo, una pérdida de identidad. Sentía que vivía con miedo. Que cada decisión pasaba primero por la cabeza de Iván. Que ya no era libre de ser quien era, y que incluso él tampoco lo era. Su relación se había convertido en un círculo donde la seguridad se buscaba en el control, y el afecto se medía en vigilancia.

Hasta que un día, mientras hablaban sobre un posible viaje de trabajo para Camila, todo explotó.

—No quiero que vayas. Ese ambiente está lleno de tipos que coquetean con todas. ¿Qué necesidad tienes de exponerte a eso?—Necesito crecer profesionalmente, Iván. Es una oportunidad.—¿Y qué hay de nuestra relación? ¿Eso no importa?

Esa conversación fue el punto de inflexión. Camila, por primera vez, se escuchó a sí misma con claridad. No gritó. No lloró. Solo lo miró a los ojos y dijo:

—Iván, eso que tú llamas amor… no lo es. El control no es amor. Los celos no son apoyo. Si necesitas que renuncie a mi libertad para sentirte seguro, no es amor lo que estás sintiendo, es miedo. Y yo no puedo seguir alimentando ese miedo.

Iván se quedó en silencio. Él también sintió algo quebrarse, pero no era la relación. Era la idea equivocada de amor que había sostenido toda su vida.

Pasaron semanas sin verse. No fue una ruptura en el sentido clásico. No hubo bloqueos ni odio. Solo un espacio, una pausa, un permiso para mirar hacia dentro.

Iván empezó a cuestionarse de verdad. Recordó cómo había crecido con la idea de que el amor era posesión, de que si no “cuidabas” a alguien, te lo quitaban. Fue a terapia. Se enfrentó a su inseguridad, a su falta de autoestima. Descubrió que el control no protegía nada: solo alejaba.

Camila, por su parte, comenzó a recuperar sus espacios, su voz, su deseo de crecer. Volvió a bailar, a salir sin miedo, a tomar decisiones por sí misma. Y algo hermoso ocurrió: volvió a confiar en sí misma. Entendió que el amor que anhelaba no era uno que la apretara, sino uno que la acompañara en libertad.

Tiempo después, volvieron a conversar. Ya sin tensión, sin reclamos, sin heridas abiertas. Solo con la madurez de quien ha entendido algo esencial:

—Gracias por todo —le dijo Iván—. Tu valentía me ayudó a ver algo que yo no quería mirar.

—Gracias a ti también —respondió Camila—. Porque entendí que si quiero amar bien, primero tengo que ser libre.

No volvieron como pareja. No fue necesario. Se honraron desde un lugar más alto: la conciencia.


El control no es amor. Los celos no son cuidado. Amar no es tener al otro como prisionero de nuestras inseguridades, sino crear el espacio donde ambos puedan crecer, desarrollarse y ser ellos mismos sin temor.

Solo desde la libertad se construye un amor real.Un amor donde nadie pertenece a nadie, y sin embargo, eligen estar.


Una historia donde los celos se disfrazan de amor, y el control se confunde con cuidado.

 
 
 

Comentarios


Pero hay que recordar en la vida que hay un positivo para cada negativo y un negativo para cada positivo
Anne Hathaway

Donde va tu atención, fluye la energía

Tony Robbins

 

Lo que no te mata, te hace más fuerte

Mientras unos lloran, otros venden pañuelos

Dios, pon tus palabras en mi boca
No clasifiques al mundial, gana el mundial
Radio éxito o radio miseria
Resiste la tentación de volver a la comodidad y pronto verás los frutos

Se tu mayor fan

Margarita Pasos, Entrenadora Fortune 500

 

Todos somos iguales como almas, pero no todos somos iguales en el mercado

Jim Rohn


Los/as líderes que valoran a sus personas las empoderan

John Maxwell


Mantén el corazón abierto. Estamos programados para encontrar el amor.
Helen Fisher

Lo que NO estás cambiando, lo estás eligiendo

L. Buchanan

Por lo que el Hombre sucumbe, por ello vence

Los Estoicos

(...) y mi motivación en mi carrera son ustedes. Las personas! 

C.S

 

... tarde o temprano al ... y al ......​
 

Somos el amor infinito.

Mr. Pedro ⚔️

​​

Te deseo lo mejor en tu día :)
Santiago

Santiago de Chile

bottom of page