De los Escenarios a la Sala de Juntas
- Santiago Toledo Ordoñez
- 15 feb
- 4 Min. de lectura
Valeria Montenegro nunca fue una persona común. Desde pequeña, la música había sido su refugio y su mayor expresión de libertad. Creció en un hogar donde cada domingo su madre ponía vinilos de boleros, jazz y rock clásico, mientras su padre tarareaba tangos en la cocina. A los seis años, su abuela le regaló un viejo piano de madera oscura y, sin que nadie se lo enseñara, Valeria empezó a tocar de oído. Para cuando cumplió los ocho, ya componía pequeñas melodías y escribía letras en los márgenes de sus cuadernos del colegio.
No era una niña prodigio, pero sí alguien con una determinación feroz. No había una sola tarde en que no practicara, ni un solo día en que no soñara con estar en un escenario frente a miles de personas. Cuando llegó a la adolescencia, supo que el canto era su verdadera vocación. En la universidad, mientras estudiaba administración de empresas por insistencia de sus padres, pasaba las noches cantando en bares y pequeños festivales.
A los 22 años, su primer sencillo independiente se hizo viral en redes sociales. Su voz, llena de matices y emociones, capturó a una audiencia que veía en ella algo más que una simple cantante: una narradora de historias, una artista que cantaba con el alma. Poco después, una disquera le ofreció su primer contrato. Era el sueño de su vida. Sin dudarlo, empacó sus cosas y se mudó a la capital para comenzar su carrera musical.
Una Estrella con los Pies en la Tierra
Durante años, Valeria vivió la vida que siempre había imaginado. Grabó discos, hizo giras por el país, fue invitada a programas de televisión y construyó una base sólida de seguidores que la apoyaban incondicionalmente. Pero, a diferencia de muchos artistas que se dejaban llevar por la fama, ella nunca perdió su esencia.
No era una diva caprichosa ni una mujer amargada que se quejara de la industria. Al contrario, siempre tenía una sonrisa para su equipo, una broma lista para romper el hielo en las entrevistas y una actitud de gratitud hacia quienes la rodeaban. Sabía que la música era su pasión, pero también entendía que era un negocio. Y en los negocios, había que moverse con inteligencia.
Fue así como, casi sin darse cuenta, comenzó a involucrarse más en la parte administrativa de su carrera. Negociaba sus propios contratos, revisaba cada cláusula con ojo crítico y no permitía que nadie decidiera por ella. Mientras muchos artistas se dejaban llevar por promesas vacías, ella se aseguraba de que cada acuerdo tuviera sentido a largo plazo.
Sin embargo, con el tiempo, empezó a notar algo que la inquietaba. Por más que amaba la música, había una parte de la industria que la asfixiaba. El control de las disqueras, las exigencias irreales, la constante presión por reinventarse para encajar en las tendencias… Cada vez más, sentía que su creatividad estaba siendo limitada por el lado corporativo del negocio.
Un Nuevo Camino
A los 30 años, en la cima de su carrera, Valeria tomó una decisión que dejó a muchos boquiabiertos: dejó la música profesionalmente. No porque estuviera cansada, ni porque hubiera fracasado, sino porque quería algo diferente.
Se inscribió en un MBA con especialización en gestión empresarial y, con la misma disciplina con la que ensayaba sus canciones, comenzó a estudiar estrategia, finanzas y liderazgo. Mientras sus antiguos colegas la veían con incredulidad, ella se sumergía en un mundo nuevo, uno donde las cifras y los planes de negocio la emocionaban tanto como antes lo hacía una nueva composición.
En poco tiempo, su talento para la estrategia empresarial se hizo evidente. Primero, trabajó como consultora ayudando a artistas emergentes a manejar sus carreras sin caer en trampas contractuales. Luego, entró en una empresa de tecnología como gerente de desarrollo de negocios, donde sorprendió a todos con su capacidad para leer el mercado y anticiparse a las tendencias.
No pasó mucho tiempo antes de que fuera ascendida a directora de operaciones y, poco después, a Gerente General de una de las empresas tecnológicas más innovadoras del país. Su liderazgo fresco, dinámico y empático la convirtió en una de las ejecutivas más admiradas del sector.
La Música Nunca Se Fue
Aunque su vida había cambiado, Valeria nunca dejó que el mundo corporativo la volviera rígida o fría. No era la típica jefa seria y distante; su oficina siempre tenía música de fondo, y cada viernes organizaba pequeños eventos donde los empleados podían compartir sus talentos artísticos.
Además, su experiencia en los escenarios le daba una ventaja única en el mundo de los negocios. Sabía cómo cautivar a una audiencia, cómo mantener la atención de una sala llena de inversores y cómo improvisar cuando las cosas no salían como esperaba.
Pero lo que más la diferenciaba era su pasión genuina por lo que hacía. No trabajaba por obligación ni por un sueldo, sino porque amaba cada desafío, cada proyecto, cada oportunidad de crecimiento. Sus empleados la admiraban porque, a pesar de estar en una posición de poder, seguía siendo la misma persona auténtica, optimista y carismática de siempre.
El Regreso al Escenario
Un día, mientras asistía a una conferencia internacional sobre liderazgo, la invitaron a dar una charla sobre reinvención profesional. Subió al escenario, tomó el micrófono y, en lugar de empezar con palabras, cerró los ojos y entonó las primeras notas de una canción que había escrito años atrás.
El auditorio quedó en silencio.
Cuando terminó, sonrió y dijo:
—La vida es como una canción. A veces cambias de ritmo, a veces modificas la letra, pero nunca dejas de cantarla.
Los aplausos retumbaron en el salón.
Esa noche, Valeria entendió que, aunque su escenario había cambiado, su esencia seguía intacta. Nunca dejó de ser cantante. Solo había encontrado una nueva forma de hacer que su voz fuera escuchada.

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