El Faro en la Niebla
- Santiago Toledo Ordoñez
- 30 may
- 4 Min. de lectura
En lo alto de una torre corporativa de acero y vidrio, una empresa multinacional presumía de cifras récord, campañas virales y premios por innovación. Sus pasillos brillaban, sus logos adornaban revistas de negocios, y sus oficinas tenían zonas de descanso que parecían sacadas de un catálogo nórdico.
Pero algo faltaba.
Había un murmullo que no aparecía en los informes, un suspiro que se escapaba entre café y café. No era un problema operacional ni financiero. Era más sutil. Más profundo. Era una ausencia de pertenencia que nadie se atrevía a nombrar.
En un rincón sin fanfarrias ni vistas panorámicas, existía un pequeño equipo que se encargaba de lo que muchos evitaban: el Departamento de Diversidad, Equidad, Inclusión y Pertenencia. Eran pocos. Y parecían invisibles… hasta que hablaban.
El inicio de Amaro
Amaro llegó sin aspavientos. Ingeniero de formación, mestizo, hijo de una madre indígena y un padre que nunca entendió su sensibilidad. Tenía una voz serena, ojos que miraban más allá de lo evidente y una forma de hablar que incomodaba sin herir.
No buscaba discursos grandilocuentes, buscaba verdad.
Fue contratado como el nuevo líder del área DEIB tras una búsqueda silenciosa impulsada por algunos directivos inquietos. El primer día en su presentación general, alguien bromeó:—Así que tú vienes a hablarnos de lo políticamente correcto, ¿no?
Amaro sonrió apenas. Y respondió con calma:—Vengo a recordarnos que lo correcto nunca debió ser político. Solo humano.
La sala quedó en silencio.
Lo que no se ve, duele igual
Amaro no comenzó con capacitaciones ni campañas de correo. Comenzó escuchando. Caminaba por los pasillos, se sentaba con áreas que nadie visitaba. Preguntaba cosas simples:—¿Cómo te sientes en tu equipo?—¿Hay partes de ti que prefieres esconder aquí?—¿Qué crees que damos por normal que en realidad no lo es?
Las respuestas eran sorprendentes. Historias atrapadas en la garganta de muchos: una mujer con acento caribeño que evitaba hablar en reuniones por miedo a que se burlaran, un analista que jamás reveló que era neurodivergente, una asistente administrativa que ocultaba su fe ancestral por temor a ser llamada “mística”.
Amaro registraba todo en una libreta negra sin logo. No para control, sino para comprensión.
Con el tiempo, surgió la idea de crear algo simbólico: el Mapa de las Invisibilidades.
Un mural digital y físico que recopilaba expresiones, costumbres, actitudes y silencios que dolían. Palabras que se repetían sin pensar, prácticas “de siempre” que excluían sin querer.
Una de las frases centrales decía:
“No todo lo que se normaliza es normal. Y no todo lo que duele deja marcas visibles.”
Desarmar lo que nunca debió construirse
Amaro propuso cambios estructurales que parecían simples, pero eran profundamente transformadores:
Revisión de procesos de selección que perpetuaban el elitismo encubierto.
Formaciones obligatorias para líderes que hablaban de privilegio sin culpa, y de inclusión sin fragilidad.
Reformulación del lenguaje interno para que los correos, las presentaciones y los discursos incluyeran a todas las personas, no solo a “los de siempre”.
Instalación de salas de oración y espacios seguros para quienes necesitaban un respiro del ruido del mundo.
Y, sobre todo, se instauraron los Círculos de Escucha: reuniones mensuales sin jerarquías donde cualquier persona podía compartir lo que le dolía, le incomodaba, o simplemente lo que nunca se había atrevido a decir.
Allí, una practicante confesó llorando que en su primer mes pensó en renunciar porque nadie la miraba a los ojos.Allí, un jefe senior reveló que no sabía cómo liderar sin repetir lo que había aprendido de jefes autoritarios.Allí, la cultura comenzó a transformarse.
No desde la culpa. Desde la conciencia amorosa.
El día que todo se iluminó
En el aniversario de la empresa, se organizó un gran evento con pantallas LED, discursos del CEO y reconocimientos. Pero ese año, se permitió que el equipo DEIB tuviera cinco minutos en el escenario.
Amaro subió con su libreta negra y leyó algo breve. Un testimonio anónimo:
"Llevo cinco años trabajando aquí. Nunca me sentí parte. Hasta que alguien me preguntó cómo estaba sin querer cambiarme. Ese día entendí que pertenecer no era encajar, sino ser aceptado sin dejar partes mías afuera."
Hubo un silencio profundo. Un silencio distinto. No de incomodidad, sino de reverencia.
Ese día, nadie aplaudió por obligación. Aplaudieron porque entendieron.
El faro encendido
Desde entonces, el Mapa de Invisibilidades se actualiza cada año. No como un acto simbólico, sino como un recordatorio vivo de que el respeto es dinámico, que la dignidad no es negociable y que lo invisible no deja de existir por falta de mirada.
Amaro no se convirtió en celebridad interna. Y eso le parecía perfecto.Él decía:—No necesito reconocimiento. Necesito que ya no se me necesite.
Con el tiempo, el área DEIB dejó de ser vista como “el área de lo sensible” y pasó a ser reconocida como el área estratégica de conciencia organizacional.
Porque se entendió, finalmente, que una empresa no es grande por lo que factura, sino por lo que permite florecer.
Epílogo
Amaro se retiró después de cinco años. Al irse, dejó una sola carta sobre su escritorio. Decía:
“No vinimos a integrar a los diferentes. Vinimos a desprogramar una cultura que confundió lo común con lo correcto.Nuestra tarea no fue sumar colores a un mural. Fue enseñar a ver en todas las luces, incluso en las más suaves.Si hoy algo cambió, fue porque dejamos de mirar hacia abajo… y empezamos a mirar hacia adentro.”
Y así, sin fuegos artificiales, sin despedidas ruidosas, Amaro partió.
Pero el faro que había encendido…ese jamás volvió a apagarse.

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