En el Cruce de las Culturas: Incas, Mayas, Araucanos y Españoles
- Santiago Toledo Ordoñez
- 9 may
- 4 Min. de lectura
Un diálogo profundo entre cuatro mundos que marcaron la historia de América
En una sala austera de piedra, sin tiempo ni lugar definido, se sentaron cuatro representantes de grandes civilizaciones. No se trataba de un encuentro imaginario por completo, sino de un ejercicio de memoria, una conversación para comprender cómo el destino de millones se entrelazó, a veces con sabiduría, otras con violencia.
Allí estaban:
Túpac Yupanqui, hijo del Sol, noble representante del Imperio Inca.
Ixbalam Kej, sacerdote y astrónomo de la civilización Maya.
Leftraru, lonko del pueblo mapuche, conocido por su resistencia feroz y su sabiduría guerrera.
Don Rodrigo de Mendoza, caballero español, educado en las letras y en la cruz, sobreviviente de las campañas en el Nuevo Mundo.
I. El Imperio del Orden: Túpac Yupanqui
Fue el primero en hablar. Túpac Yupanqui, cubierto con un manto de colores andinos, llevaba un quipu atado a su cintura. Su tono era firme, pero sin arrogancia.
—“Nosotros, los hijos del Sol, creamos un imperio basado en la reciprocidad, el trabajo comunitario y el respeto por la tierra. Desde Quito hasta el sur del Maule, construimos el Tahuantinsuyo, los cuatro suyos unidos por el Qhapaq Ñan, nuestra gran red de caminos. Gobernábamos a través del Inca, que no era sólo un hombre, sino una institución, una conexión directa con los dioses. Nuestros pueblos trabajaban la tierra juntos, compartían la cosecha, y cuidaban del que no podía valerse por sí mismo.”
Los demás lo escuchaban con respeto.
—“Fuimos estrategas, pero también profundamente espirituales. Nuestra religión se centraba en el Sol (Inti), pero también venerábamos la Pachamama, la Madre Tierra.
Todo tenía equilibrio. Sin embargo,” —dijo bajando un poco la voz— “esa misma organización hizo que nuestra caída fuera tan rápida. Una disputa interna por el trono, sumada a la llegada de los hombres de hierro, nos fracturó.”
II. La Ciencia y el Ciclo: Ixbalam Kej
El maya tomó la palabra con calma. Llevaba una túnica blanca y un collar tallado con jeroglíficos. En sus manos, un códice doblado con cuidado.
—“Nosotros no formamos un solo imperio, sino muchas ciudades-estado, desde Tikal hasta Chichén Itzá. Nuestra fuerza estaba en la observación del cielo. Comprendimos los ciclos del tiempo como pocos pueblos en el mundo. Creíamos en el eterno retorno, en que todo lo que comienza, vuelve. Nuestros calendarios eran tan exactos que aún se consultan hoy. Pero también teníamos una profunda religiosidad. El tiempo era sagrado, y los sacrificios eran parte de ese equilibrio universal.”
Se detuvo un momento y agregó:
—“Muchos piensan que desaparecimos antes de la llegada de los españoles. No es cierto. Algunos de nuestros grandes centros colapsaron por razones internas y ecológicas. Pero los mayas seguimos vivos, en las tierras altas de Guatemala, en Chiapas, en Belice. Resistimos de otra forma: guardando nuestros saberes, nuestra lengua, nuestras tradiciones.”
Túpac asintió con respeto. Don Rodrigo lo miraba con sorpresa: no imaginaba que aquel hombre representara una cultura tan compleja.
III. La Resistencia Viva: Leftraru
El lonko mapuche no llevaba joyas ni coronas. Su vestimenta era de lana toscamente tejida y portaba una lanza simbólica, no para intimidar, sino como parte de su identidad. Su mirada era directa.
—“No somos imperio. No quisimos serlo. Nuestro poder no se basa en gobernar a otros, sino en defender lo nuestro. Vivíamos en comunidades autónomas, conectadas por el idioma y la tierra. No teníamos reyes ni castas. Las decisiones se tomaban en el koyag, el consejo. Cada lof era libre.”
Hizo una pausa breve y luego continuó, con más fuerza:
—“Cuando llegaron los españoles, nos ofrecieron pactos. Luego llegaron con armas, iglesias y cadenas. Y nosotros respondimos. Luchamos durante más de 300 años. Ni el Inca logró conquistarnos antes. Nuestra resistencia fue diferente: no desde las ciudades, sino desde los bosques, las montañas, las estrategias. Hasta hoy seguimos aquí. Y aún luchamos por nuestro territorio, nuestra lengua y nuestra dignidad.”
Ixbalam lo miró con admiración. Túpac con envidia. Don Rodrigo con culpa.
IV. El Portador del Cambio: Don Rodrigo
El español respiró hondo antes de hablar. Su armadura, ya oxidada por el tiempo, le pesaba más en el alma que en los hombros. Se levantó con esfuerzo.
—“Vengo de una tierra marcada por guerras. Reconquistamos España tras siglos de dominio musulmán. Teníamos hambre de gloria, oro y salvación. Llegamos con la cruz y la espada. Para muchos, América fue la promesa. Para otros, una condena. No sabíamos lo que veníamos a destruir.”
Miró al suelo.
—“Vi pueblos avanzados, sabios, trabajadores. Pero nuestros reyes nos exigían tributos, y nuestros curas nos exigían convertir. Algunos creyeron que hacían lo correcto. Otros sabíamos que era violencia. Trajimos universidades, pero también esclavitud. Evangelizamos, pero quemamos códices. Fundamos ciudades, pero sobre ruinas.”
Silencio.
—“Hoy, muchos en España ignoran lo que hicimos. O lo niegan. Pero yo estoy aquí para reconocerlo.”
V. El Diálogo del Futuro
La sala, antes callada, vibró con una nueva energía. Las palabras no habían sido lanzadas como dardos, sino como puentes.
Túpac habló:
—“Nuestros pueblos merecen justicia. No solo en libros de historia, sino en las políticas, en la tierra, en la memoria.”
Ixbalam agregó:
—“Debemos recuperar lo que aún vive: nuestras lenguas, nuestros calendarios, nuestra visión del mundo.”
Leftraru se cruzó de brazos:
—“No queremos museos ni lástima. Queremos autonomía. Que se nos escuche cuando defendemos nuestros ríos, nuestros árboles, nuestra gente.”
Y Don Rodrigo, con humildad, dijo:
—“Quizás el futuro no está en imponer una sola verdad, sino en reconocer que hay muchas formas de ser humano.”
Y así, en ese cruce sin tiempo ni bandera, los representantes de los pueblos originarios y el colonizador compartieron algo más profundo que la historia: compartieron humanidad.
El relato de América no es una línea recta. Es un tejido complejo. Con heridas, sí. Pero también con raíces profundas, conocimientos olvidados y una resiliencia que aún hoy desafía los siglos.

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