Pegaso: El Mito que Vuela sobre Nuestras Proyecciones
- Santiago Toledo Ordoñez
- 23 may
- 4 Min. de lectura

I. El anciano que miraba el cielo
Cada otoño, cuando los árboles comenzaban a desnudarse y el aire se volvía más nítido, un anciano subía a la colina más alta de su pueblo. Nadie sabía su nombre real. Algunos decían que era astrólogo, otros que había sido científico, y algunos simplemente lo llamaban “el que conversa con el cielo”.
Pero él no hablaba de planetas que rigen destinos ni de horóscopos impresos en revistas. Su mirada era otra. Iba a contemplar. A observar ese viejo mapa de luces que la humanidad lleva miles de años mirando sin entender del todo.
Una noche, un joven se le acercó con una mezcla de respeto y escepticismo.
—¿Qué haces aquí cada noche? —le preguntó.
El anciano sonrió sin quitar los ojos del firmamento.
—Busco a Pegaso —dijo.
—¿El caballo alado? ¿Como en los cuentos?
—Como en los mitos… como en los espejismos que usamos para no mirar de frente nuestro propio abismo.
II. El cielo como espejo
Durante siglos, los seres humanos han mirado hacia arriba buscando respuestas. Pero el cielo nunca ha hablado. Ha brillado. Ha cambiado. Ha sido fiel a su naturaleza inerte y silenciosa. Y, sin embargo, lo hemos llenado de nombres, formas y significados. No porque el cielo diga algo, sino porque nosotros necesitamos decir algo a través del cielo.
—¿Por qué Pegaso? —preguntó el joven—. ¿Por qué no Aries, Leo o Escorpio, esos que dicen que rigen el carácter y el destino?
—Porque Pegaso no promete certezas. No te dice quién eres ni te da instrucciones para tu semana. Pegaso no explica, inspira. Y eso lo hace más humano y más universal a la vez.
III. Pegaso, el nacido del caos
El anciano le narró, con voz serena, el origen mitológico de Pegaso:
Pegaso no fue creado por los dioses en un acto divino de belleza. Nació de la tragedia. De la sangre de Medusa, una criatura vilipendiada, víctima de un castigo más que de una elección. Cuando Perseo le cortó la cabeza, de su cuello brotó un ser completamente distinto: un caballo blanco con alas. Pegaso fue, entonces, una flor nacida de la herida.
—¿Te das cuenta? —dijo el anciano—. Hay algo profundamente simbólico ahí. Una criatura nacida del dolor, que en lugar de arrastrarse, vuela. Como si el sufrimiento, bien decantado, pudiera convertirse en arte, en libertad, en elevación.
El joven lo miró en silencio. No por convicción, sino porque algo en esa historia lo tocó.
IV. Las estrellas del cuadrado
—¿Y cómo sabes dónde está Pegaso? —preguntó.
El anciano le señaló un grupo de cuatro estrellas brillantes, formando un gran cuadrado visible en los cielos de otoño.
—Ese es el “Gran Cuadrado de Pegaso”: Markab, Scheat, Algenib y Alpheratz.
Cada una tiene su nombre, su distancia, su temperatura. Pero para quienes las han observado durante siglos, tienen también una función simbólica:
Markab: representa la estabilidad necesaria para que el vuelo no se convierta en caída. Es el ancla mental.
Scheat: la herida. Es el punto de fuga del dolor, donde el arte y la palabra nacen como forma de exorcismo.
Algenib: el impulso creativo, la energía que rompe el límite del lenguaje y se convierte en visión.
Alpheratz: la libertad ganada. No como derecho, sino como consecuencia de la conciencia.
—Nada de esto está en los libros de astronomía —admitió el anciano—. Pero está en nosotros. En lo que proyectamos. En lo que elegimos ver.
V. Una astrología simbólica
El joven frunció el ceño.
—¿Tú crees en la astrología?
El anciano se rió suavemente.
—Creo en la necesidad humana de sentido. No en que una estrella decida tus decisiones, sino en que cada símbolo que tocamos revela una parte oculta de nuestro interior. El zodiaco no predice. Pero sugiere. Nos da marcos de referencia cuando la vida se vuelve difusa.
—Entonces, ¿todo esto es una especie de autoengaño?
—Si lo fuera… —respondió el anciano— ¿acaso no sería uno de los más bellos que hemos inventado? La religión, la poesía, la ciencia, el amor… todo es, en algún grado, un acto de fe. Pegaso también lo es. Solo que no promete salvación, ni destino. Promete vuelo.
VI. Pegaso como símbolo psicológico
En un mundo acelerado, pragmático, saturado de datos y verdades contradictorias, la figura de Pegaso parece un anacronismo. Pero ¿y si es justo lo que necesitamos?
No como creencia literal, sino como recordatorio:
Que de lo más oscuro puede surgir belleza.
Que los límites existen, pero también las alas.
Que podemos mirar hacia lo alto sin esperar respuestas, solo para reconectarnos con la capacidad de imaginar.
El filósofo Carl Jung decía que los mitos no nos dicen cómo funciona el mundo, sino cómo funciona nuestra alma. En ese sentido, Pegaso sigue vivo. No galopa en los cielos. Pero vuela en cada acto creativo, en cada sueño audaz, en cada gesto de resiliencia.
VII. El regreso
Esa noche, el joven regresó a casa sin certezas. No creyente. No convertido. Pero tampoco el mismo. Descubrió que el cielo puede no tener respuestas, pero sí preguntas poderosas. Y que mirar una constelación no cambia tu destino… pero puede cambiar la forma en que lo caminas.
Antes de dormir, se asomó por la ventana. Buscó el Gran Cuadrado de Pegaso. Lo encontró. Y por un instante, no necesitó entenderlo. Le bastó con sentirlo.
A veces, no hay que creer en Pegaso. Solo hay que dejar que nos recuerde que fuimos hechos para volar. Aunque sea por dentro.
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