Un día en Atlantis
- Santiago Toledo Ordoñez
- 6 may
- 4 Min. de lectura
Crónica de un despertar bajo el océano
I. El despertar de Elyon
Elyon abrió los ojos lentamente. Desde la cúpula de nácar que lo protegía, podía ver el reflejo del amanecer submarino danzando en las paredes. A diferencia de la superficie, en Atlantis el día no comenzaba con el sol, sino con la respiración de la ciudad. Los edificios pulsaban con luz propia, hechos de cristales orgánicos, con estructuras que latían como corazones. Las calles estaban formadas por corrientes suaves que arrastraban a los viajeros de un lugar a otro, como si el océano mismo los guiara.
Él era un aprendiz del Consejo de Sabiduría, aún joven, pero con una mirada que escondía siglos de memorias. Como todos los nacidos en Atlantis, tenía garras suaves entre los dedos, piel luminiscente y una marca circular en el pecho que solo brillaba durante los sueños verdaderos. Aquel día, Elyon despertó con esa marca ardiendo. Había soñado con una voz que le hablaba desde la profundidad: “El portal se abrirá al final de este día. Serás llamado a decidir”.
No entendía aún lo que eso significaba. Pero era el Día del Equilibrio, y eso nunca era casualidad.
II. La ciudad que respira
Atlantis era una ciudad viva. Literalmente. Sus estructuras estaban conectadas por raíces de energía, llamadas venas de Luma, que transmitían no solo luz, sino también conocimiento. Los habitantes se comunicaban con la ciudad a través de la empatía y la intención. Las criaturas del mar convivían armoniosamente con los atlantianos: tortugas gigantes cuidaban jardines verticales de algas; ballenas azules cantaban oráculos antiguos que solo los ancianos sabían interpretar.
Elyon se desplazó por los corredores acuáticos hacia la Gran Plaza del Oráculo, el corazón espiritual de la ciudad. Hoy, Luma, la esfera de luz viviente que protegía y guiaba a Atlantis desde sus orígenes, revelaría su mensaje. Nadie sabía qué sería. A veces daba sabiduría, otras veces advertencias, y en muy raras ocasiones, ofrecía decisiones.
En el camino, Elyon saludó a la Guardiana Aenara, una mujer sabia de cabello como espuma y ojos hechos de piedra lunar. Ella lo miró con intensidad:
—Soñaste, ¿verdad?
Elyon asintió.
—Lo sabía —dijo—. Este día marcará el fin de algo… y el inicio de algo aún más grande.
III. Luma habla
Al mediodía, toda Atlantis se reunió en la plaza. En el centro, suspendida en una fuente de energía líquida, flotaba Luma, la esfera de luz viviente. Era un núcleo de conciencia pura, antigua como los primeros océanos, y contenía en su interior los recuerdos de todo lo que fue Atlantis, desde su fundación hasta los errores que casi la destruyeron.
Cuando Luma comenzó a latir, el silencio se hizo total. Las criaturas del mar se detuvieron. Incluso el agua se volvió densa, como si el tiempo mismo se hubiera contenido.
Entonces, ocurrió lo impensado.
Un rayo de luz se elevó desde la esfera y atravesó el cielo marino. Allí, frente a todos, se formó una figura translúcida: un humano de la superficie. Su silueta no tenía nombre, pero todos lo reconocieron como un “otro”, como un reflejo del mundo olvidado.
Luma habló, no con palabras, sino directamente al alma de cada uno.
—El velo entre mundos se debilita. La superficie y las profundidades están más cerca de lo que creen. Los sueños de los humanos han comenzado a tocar los nuestros. Atlantis debe decidir: ocultarse… o abrir su sabiduría al mundo de arriba. Pero si eligen abrirse, ya no habrá retorno. Se unirán los destinos. Se perderá el aislamiento. Se ganará la conexión.
El silencio fue tan profundo que hasta las medusas dejaron de brillar.
IV. La duda
El Consejo se reunió en círculo. Los sabios hablaban con calma, pero con temor.
Algunos querían mantenerse ocultos. Decían que los humanos habían olvidado su conexión con el océano, que destruían, que no sabrían cuidar de la sabiduría ancestral. Otros veían una oportunidad para sanar, para enseñar, para recordar.
Pero Luma no les hablaría más. Solo había dejado la decisión.
Elyon sintió una inquietud en el pecho. Como si algo lo empujara hacia adelante. Caminó hasta el centro de la plaza, donde nadie se atrevía a pararse.
—Yo no soy sabio, dijo, con voz temblorosa pero firme. Pero sí soy joven. Y los jóvenes sentimos el cambio antes de que llegue. Yo no creo que debamos temer al otro mundo. Tal vez sí olvidaron… pero también sueñan. Y un soñador es siempre una semilla.
Las miradas se cruzaron. Algunos lloraban. Otros bajaban la vista.
La Guardiana Aenara se acercó y se puso a su lado.
—Que se abra el puente —dijo ella.
Uno a uno, los habitantes de Atlantis comenzaron a alzar sus manos. No todos estaban de acuerdo, pero todos sabían que el cambio era inevitable. La ciudad respiró hondo. Luma brilló con una intensidad nunca antes vista. Y entonces, comenzó a girar.
V. El nacimiento del puente
Desde el fondo del océano hasta las nubes, una columna de luz surgió. Invisible para los que no creen, pero tan real como la sal del agua. Era el Puente del Corazón, una red de comunicación entre A

tlantis y los humanos sensibles: artistas, científicos, niños, místicos, poetas, soñadores… gente que aún escuchaba el susurro del mar.
No fue una revelación masiva. No hubo noticias ni titulares. Pero esa noche, en la superficie, cientos de personas despertaron con un sueño idéntico: una ciudad de luz bajo el mar, un joven de ojos profundos, y una voz que les decía:
—Están listos. Escuchen con el alma. Atlantis vive.
VI. Un nuevo comienzo
Elyon volvió a su cúpula esa noche sintiendo que el mundo había cambiado. No radicalmente. No con ruido. Sino con el sutil temblor de lo verdadero.
No sería fácil. Había quienes se opondrían. En ambos mundos. Pero también había esperanza. Y, sobre todo, había conexión.
Y así, lo que comenzó como un día en Atlantis, se convirtió en el primer día de una nueva era: la era del reencuentro entre lo olvidado y lo posible.
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