Cuatro mujeres y una conversación prohibida
- Santiago Toledo Ordoñez
- 1 feb
- 5 Min. de lectura
Era una tarde cálida en una pequeña cafetería, un rincón acogedor en medio de la ciudad. El sonido de las tazas al chocar con los platos y el murmullo de conversaciones ajenas formaban una melodía suave en el ambiente. Cuatro mujeres, que parecían tan distintas pero se encontraban en ese espacio por la magia de las casualidades, comenzaban a hablar de algo que pocas veces se atrevían a compartir: su relación con la sexualidad.
La primera en hablar fue Clara, una mujer de 45 años que, al igual que su café, parecía estar tibia en medio de su vida. Estaba casada desde hacía dos décadas con Ricardo, un hombre con el que compartía un hogar, pero que poco a poco se había convertido en una sombra de lo que una vez fue su compañero de pasión.
—No sé ustedes, pero creo que la pasión no dura para siempre —dijo, mirando la espuma de su café con una expresión distante, como si buscara respuestas en ella. — Al principio, todo era fuego, la adrenalina de lo prohibido, la sorpresa... Pero con los años, se convirtió en rutina. La pasión se desvanece entre las sábanas, y lo que queda es la comodidad. Me pregunto, ¿es eso lo que queremos realmente?
Lucía, una joven de 23 años, con una energía tan vibrante como la primavera misma, la miró sin juzgarla. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y atrevimiento. Ella se había entregado a la libertad, había explorado y se había permitido vivir experiencias sin pensar en los límites que otros imponían.
—¿Conformarse? Nunca. La sexualidad es para vivirla, para sentirla sin miedo ni culpa. Yo disfruto sin ataduras, sin complicaciones. Hoy con uno, mañana con otro... ¿Y qué? Lo importante es que me haga sentir viva. No soy de esas que se conforman con una rutina, Clara. El deseo no debe ser domesticado.
Clara la observó con una mezcla de admiración y desconcierto, un ligero suspiro escapó de sus labios. Antes de que pudiera procesar sus palabras, Mariana, de 35 años, rompió el silencio. Mariana tenía la mirada de quien había visto más allá de las luces brillantes y las promesas vacías. Su apetito, no solo por la vida, sino por el placer, parecía no tener fin.
—¿Y qué pasa si disfrutas demasiado? —preguntó con un tono cansado, como si estuviera repitiendo una pregunta que le rondaba la mente desde hacía tiempo. — Yo he probado de todo: relaciones largas, aventuras cortas, encuentros fugaces... Pero nada me satisface del todo. Siempre quiero más, siempre busco algo que me llene, pero nunca encuentro lo suficiente.
Lucía la miró con una mezcla de simpatía y curiosidad. Clara, por su parte, entrecerró los ojos. Era evidente que la búsqueda de Mariana no solo era física, sino una profunda insatisfacción interna. El deseo como una sed que nunca se apaga. Fue entonces cuando Sor Teresa, la mujer más callada de las cuatro, habló por primera vez.
Vestía un hábito sencillo pero impecable, con una calma serena que contrastaba con la pasión que se desbordaba a su alrededor. Su voz, suave pero firme, les recordó a todas que no todo en la vida estaba marcado por el deseo físico.
—El deseo es natural —dijo con dulzura, mirando a cada una de las mujeres en la mesa. —Pero también lo es la búsqueda de algo más allá de lo físico. Yo elegí otro camino, el de la devoción. No porque desprecie la sexualidad, sino porque encontré satisfacción en algo distinto: en la entrega, en la espiritualidad. En el amor que no se mide por lo carnal.
Mariana soltó una risa breve, casi amarga.
—¿Y nunca te has sentido tentada? —preguntó con una sonrisa irónica, como si esa respuesta pudiera ser la clave de todo.
Sor Teresa la miró a los ojos, sin desviar la mirada, como si la estuviera viendo a través de su alma.
—Por supuesto que sí. Ser monja no me hace menos humana. Pero aprendí que el deseo puede transformarse, no se pierde, se canaliza. Puede ser amor, puede ser compasión, puede ser una entrega más profunda. No digo que mi camino sea el correcto para todas, pero para mí ha sido suficiente.
Lucía apoyó su brazo en la mesa, mirando a Sor Teresa con fascinación.
—Es curioso cómo todas buscamos lo mismo, pero de formas tan diferentes. Clara busca la pasión en su matrimonio, yo en la libertad, Mariana en la satisfacción constante… y tú en la fe.
Clara asintió lentamente, pero sus ojos reflejaban una lucha interna, como si las palabras de Sor Teresa estuvieran resonando en algún rincón de su mente.
—Tal vez la respuesta no sea una sola. Tal vez la sexualidad no se trata solo de placer, sino de significado. ¿Qué representa para cada una de nosotras? ¿Qué vacío estamos intentando llenar?
Mariana se quedó en silencio por un momento, jugando con el borde de su copa. No era una mujer que soliera quedarse callada por mucho tiempo, pero algo en las palabras de Clara había tocado una fibra sensible.
—O tal vez… —empezó a decir, pero no pudo terminar. Un silencio se instaló en la mesa. Clara, Lucía y Sor Teresa la miraban, esperando que dijera algo más. Mariana respiró profundamente. — Tal vez la respuesta sea que nunca estoy buscando algo en el otro, sino en mí misma. Tal vez nunca voy a encontrar lo que busco porque nunca he aprendido a buscarme a mí.
Las tres mujeres se quedaron mirándola, comprendiendo en silencio.
La conversación continuó, pero ya no era la misma. Las palabras no se quedaron en la superficie, sino que comenzaron a cavar más profundo, tocando aspectos de ellas mismas que ni siquiera sabían que existían. Al final de la tarde, cada una se levantó con una reflexión en el corazón, sabiendo que la sexualidad, el deseo, la fe y el amor son tan vastos como la vida misma. Y que cada una, de manera única, seguiría buscando su propio camino.

Epílogo
Al igual que el café que compartieron, la conversación se enfrió con el tiempo, pero la reflexión que dejó fue más cálida que cualquier bebida. Esta historia, como todas las historias literarias, no tiene un fin cerrado ni una respuesta absoluta. Cada mujer sigue su viaje, y tal vez nunca lleguen a la misma meta. Pero al menos se atrevieron a buscar, a cuestionar, y eso es lo que las hace, finalmente, libres.
Epílogo literario
Esta historia, como muchas otras, busca abrir puertas hacia la reflexión sin ofrecer respuestas definitivas. No se pretende juzgar ni imponer una visión única, sino explorar las complejidades de la sexualidad, el deseo y la identidad desde distintas perspectivas. Es una narración literaria, un espacio para cuestionar y desafiar las normas preestablecidas, invitando a cada lector a reflexionar sobre su propia relación con estos temas. En el mundo de la literatura, las historias no buscan ser leyes absolutas, sino provocar pensamientos y emociones que nos permitan entender mejor las diversas realidades humanas. Esta es solo una interpretación entre muchas posibles, y al igual que la vida misma, no tiene un final cerrado.
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