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El Amor que el Tiempo No Pudo Borrar

El reloj marcaba las 5:45 p.m. cuando Elena corrió por el aeropuerto de Barajas en Madrid, con su maleta tambaleándose detrás de ella. Su vuelo a Tokio estaba a punto de despegar y, como siempre, iba tarde. Había calculado mal el tiempo, y una tormenta inesperada había retrasado su taxi.


Mientras corría por la terminal, sintió un golpe repentino y fuerte. Su bolso cayó al suelo, y sus papeles se esparcieron por el mármol brillante.


—¡Dios! Lo siento mucho —murmuró Elena, agachándose rápidamente.


—No hay problema —respondió una voz masculina con un ligero acento francés, ayudándola a recoger sus cosas.


Cuando levantó la vista, su mirada se cruzó con unos ojos azul profundo que la miraban con una mezcla de sorpresa y diversión.


—Parece que tienes prisa —dijo él con una media sonrisa.


—Sí, y no es raro en mí —respondió ella, sonrojándose un poco—. ¿Tú también viajas a Tokio?


—Sí, y parece que nos tocará sentarnos juntos.


El hombre le extendió su boleto con un gesto casi casual. Elena notó que el número de asiento coincidía con el suyo.


—¿Coincidencia? —preguntó ella con una ceja levantada.


—¿Destino? —respondió él, jugando con la idea.


Su nombre era Louis Dumont, un arquitecto francés que viajaba constantemente por trabajo. La conversación fluyó con una naturalidad inesperada mientras esperaban abordar. Descubrieron que compartían la misma pasión por la literatura japonesa, la gastronomía exótica y los viajes sin itinerario.


Durante las catorce horas de vuelo, hablaron de todo y de nada. Louis le contó sobre su infancia en Lyon, sobre cómo su abuelo le enseñó a dibujar edificios cuando era niño. Elena, por su parte, le habló de su trabajo en una editorial en Madrid y de su sueño de escribir un libro de viajes.


Cuando aterrizaron en Tokio, ambos sintieron un pequeño vacío. Ese momento entre ellos, que había nacido en la cabina de un avión, parecía demasiado breve.


—¿Te gustaría que tomemos algo antes de separarnos? —preguntó Louis, inseguro por primera vez.


Elena dudó un instante, pero luego asintió con una sonrisa.


Días en Tokio


Lo que comenzó como un café en un pequeño local en Shinjuku se convirtió en días de exploración juntos. Caminaron por las bulliciosas calles de Shibuya, compartieron ramen en callejones escondidos y rieron mientras intentaban hablar japonés con los locales.


En el santuario Meiji, entre los árboles centenarios y la tranquilidad del templo, Louis la miró con intensidad.


—Es curioso —dijo él—, vine aquí por trabajo, pero siento que este viaje tiene otro propósito.


Elena se estremeció ligeramente.


—A veces creo que el universo juega con nosotros.


—¿Casualidad o destino?


—Aún no lo sé —murmuró ella, mirándolo fijamente.


Los días pasaron, y el viaje que debía ser solo un paréntesis en sus vidas se convirtió en algo más. Sin embargo, ambos sabían que su tiempo era limitado. En dos semanas, Louis debía regresar a París y Elena a Madrid.


### **La Noche de la Decisión**


La última noche, bajo las luces de la Torre de Tokio, el peso de la despedida se hizo presente.


—Me niego a pensar que esto termina aquí —dijo Louis, tomando la mano de Elena.


Ella lo miró con una mezcla de felicidad y tristeza.


—Podemos intentarlo —dijo él—. París y Madrid no están tan lejos.


Elena quería creerlo, pero la realidad era que las relaciones a distancia rara vez funcionaban.


—Si esto es destino, nos volveremos a encontrar —susurró ella.


Louis la abrazó con fuerza, como si quisiera grabar ese momento en su memoria.


El Tiempo y la Distancia


Elena regresó a Madrid con el corazón dividido. Durante meses intercambiaron mensajes, llamadas y videollamadas. Hicieron planes para verse, pero el trabajo, las responsabilidades y la vida misma parecían interponerse constantemente.


Hasta que, poco a poco, las llamadas se hicieron menos frecuentes. No porque el sentimiento se hubiera desvanecido, sino porque el tiempo y la distancia pesaban.


Una tarde de otoño, mientras caminaba por el parque Retiro, Elena recibió un mensaje de Louis:


"Quizás fue casualidad. Quizás fue destino. Pero si alguna vez te cruzas con un hombre que dibuja edificios en servilletas, míralo dos veces. Podría estar esperándote."


Elena sonrió con melancolía y cerró los ojos por un momento. Tal vez la vida tenía su propio plan. Tal vez no era el final.


Porque en el amor, a veces, el destino y la casualidad son la misma cosa.




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Donde va tu atención, fluye la energía

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Lo que no te mata, te hace más fuerte

Mientras unos lloran, otros venden pañuelos

Dios, pon tus palabras en mi boca
No clasifiques al mundial, gana el mundial
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Resiste la tentación de volver a la comodidad y pronto verás los frutos

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Margarita Pasos, Entrenadora Fortune 500

 

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