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El Arte de Amar: La Lección que Transformó mi Vida

Actualizado: 19 ene

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un joven llamado Lucas. Desde muy joven, Lucas había creído que el amor era algo mágico, algo que sucedía por arte de magia en el momento exacto. A menudo veía parejas felices en su pueblo, compartiendo risas y miradas cómplices, y sentía que ese era el tipo de amor que debía tener. No entendía cómo o por qué, pero estaba convencido de que el amor verdadero llegaría de manera inesperada, como una chispa en la oscuridad.


A lo largo de los años, Lucas se dedicó a buscar ese amor idealizado. Se enamoró muchas veces, pero con cada relación, algo no funcionaba. Algunas veces las discusiones eran interminables, otras veces las expectativas no cumplidas lo dejaban vacío. Siempre sentía que, aunque las personas eran maravillosas, había algo faltante, algo que nunca alcanzaba a encontrar. "Tal vez simplemente no he encontrado a la persona correcta", pensaba, y con cada ruptura, se convencía más de que el amor era algo externo, algo que llegaba solo a quienes tenían suerte.


Un día, mientras paseaba por la plaza del pueblo, vio a un anciano que se sentaba en un banco todas las tardes. El anciano, conocido por su sabiduría, era alguien a quien Lucas siempre había admirado desde lejos, pero nunca había hablado con él. En esa tarde, algo lo impulsó a acercarse y sentarse a su lado. El anciano lo miró con una sonrisa tranquila y, tras un rato de silencio, le preguntó:


—¿Por qué tan pensativo, joven?


Lucas, sintiendo que el anciano había percibido algo en su interior, le contó sobre su frustración con el amor, sobre las veces que había intentado encontrarlo y sobre cómo siempre se le escapaba. Le explicó que no comprendía por qué no podía encontrar esa conexión profunda y duradera que tanto deseaba.


El anciano escuchó pacientemente, y luego le respondió con voz serena:


—El amor, hijo, no es lo que crees. No es una flecha disparada por un dios, ni un destino que te espera sin previo aviso. El amor verdadero no se busca de la manera en que tú lo haces, porque no es algo que llega desde afuera. Es algo que se cultiva desde adentro.


Lucas lo miró desconcertado.


—¿Cultivar el amor? —preguntó, sin comprender. —¿Qué significa eso?


El anciano sonrió suavemente y comenzó a hablar con calma, como si las palabras que iba a compartir fuesen las respuestas que Lucas había estado buscando durante toda su vida.


—El amor no es un sentimiento pasajero ni una chispa que arde por un momento. El amor es una capacidad que se desarrolla con disciplina. Es un arte, no una casualidad. El verdadero amor, el amor maduro y profundo, requiere tiempo, esfuerzo y un compromiso constante contigo mismo y con los demás. Y esa disciplina, esa constancia, es la clave para aprender a amar.


Lucas frunció el ceño, aún confundido. ¿Cómo podía la disciplina tener algo que ver con el amor? Pensaba en la disciplina como algo relacionado con el trabajo o el estudio, pero no con los sentimientos.


—La disciplina en el amor —continuó el anciano— consiste en entender que no es suficiente con desear ser amado o buscar a alguien que te complete. El amor requiere que primero trabajes en ti mismo. Tienes que conocerte, entender tus propios miedos y deseos, tus defectos y virtudes. Y, lo más importante, debes ser capaz de amarte a ti mismo antes de poder dar amor a los demás.


Lucas se sintió conmovido por esas palabras, aunque no entendía completamente su significado. El anciano siguió hablando, explicando que la disciplina en el amor implicaba ser generoso, ser paciente, ser capaz de escuchar y comprender sin juzgar. No se trataba de esperar que alguien más te hiciera feliz, sino de construir una relación en la que ambos pudieran crecer juntos, sin expectativas egoístas.


—El amor no se trata de lo que recibes, sino de lo que puedes ofrecer. Cada día, en cada acto, debes esforzarte por ser la mejor versión de ti mismo, ser más generoso, más compasivo, más presente para los demás. Solo cuando logres hacer esto, el amor vendrá a ti de manera natural, porque el amor no es un intercambio, es un regalo que se da y se recibe libremente, sin cadenas ni ataduras.


Lucas, aunque aún procesaba todo lo que el anciano le decía, sintió que esas palabras eran más profundas que cualquier otra cosa que hubiera escuchado antes. Decidió que iba a intentarlo. No iba a esperar más a que el amor llegara de manera mágica. Empezó a trabajar en sí mismo, a cultivar su disciplina interior.


Durante meses, Lucas practicó la paciencia, la empatía y el autocuidado. Comenzó a ser más consciente de sus propias emociones, a comprender sus necesidades y a respetar sus propios límites. Se dedicó a ser un buen amigo, un mejor hermano, un hijo más amoroso. Poco a poco, empezó a ver el cambio en su interior. Ya no buscaba el amor en la desesperación, sino que aprendió a darlo sin esperar nada a cambio.


Y, en ese proceso de crecimiento personal, algo inesperado ocurrió. Un día, en una reunión comunitaria, conoció a Sofía. Ella también había recorrido un camino similar de autodescubrimiento y crecimiento. Lucas, ya sin la ansiedad de encontrar el amor, la vio como una persona con la que podía compartir su vida, no como una solución a sus vacíos, sino como una compañera con la que ambos podían crecer y aprender juntos.


El amor que compartían no era perfecto, pero era real, profundo y libre de expectativas. Habían aprendido a amarse a sí mismos primero, y solo entonces el amor verdadero se presentó de manera natural, como una flor que florece en su debido tiempo, no apresurada, sino en su plenitud.


Lucas entendió finalmente lo que el anciano le había enseñado: el arte de amar no era algo que sucediera de repente. Era una disciplina, un compromiso constante con el crecimiento, la paciencia y la generosidad. Solo cuando uno estaba dispuesto a invertir en sí mismo y en los demás, el amor verdadero podía surgir, profundo y duradero.


Y así, Lucas descubrió que el amor más hermoso era aquel que se construye día a día, con esfuerzo, pero también con la alegría de saber que, al final, el amor verdadero se encuentra dentro de uno mismo y en la capacidad de compartirlo con el mundo.


Comentarios


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