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El Futuro Que Nunca Fue

Actualizado: 25 ene

Clara y Tomás habían sido amantes apasionados desde el primer momento en que sus caminos se cruzaron. Era como si el destino los hubiera unido para crear un torbellino de emociones. Sus momentos buenos eran intensamente buenos: risas que llenaban habitaciones, besos que encendían el alma y planes llenos de sueños compartidos. Pero cuando algo iba mal, iba terriblemente mal.


Clara tenía un carácter fuerte y una voz que no temía alzar para defender su punto de vista. Tomás, por su parte, tenía un orgullo impenetrable y una lengua afilada que sabía exactamente dónde golpear. Las discusiones comenzaban como desacuerdos pequeños, pero siempre escalaban rápidamente.


Una noche, Clara llegó tarde del trabajo. Exhausta, apenas había tenido tiempo para avisarle a Tomás que su reunión se había extendido. Él, sentado en el sofá con el teléfono en la mano, había pasado las últimas dos horas mirando la pantalla sin recibir noticias suyas. Cuando Clara entró, ni siquiera le dio tiempo para explicarse.


“¿Te parece normal llegar a esta hora sin avisar?” preguntó con tono acusador.


“¡Tuve una reunión! ¿Por qué siempre asumes lo peor de mí?”, respondió Clara, sintiendo la injusticia en sus palabras.


“¡Porque nunca te importa cómo me siento!”, replicó Tomás, y la pelea escaló. Gritaron hasta quedarse sin aliento, y al final, ambos dijeron cosas que ninguno realmente sentía. “¡Te odio!” salió de sus bocas casi al mismo tiempo, un eco de rabia y frustración.


Con cada pelea, las grietas en su relación se hacían más profundas, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Hasta que, un día, Clara ya no pudo más. Se marchó de su apartamento compartido, llevándose consigo una maleta y muchos recuerdos que todavía dolían.


Al principio, Tomás sintió alivio. Pensó que era mejor así, que ambos necesitaban espacio. Pero con el tiempo, ese alivio se transformó en un vacío insoportable. Clara, por otro lado, encontró consuelo en la calma de su nueva vida. Se permitió sanar, y con el tiempo, conoció a alguien diferente.


Su nuevo compañero no levantaba la voz, ni respondía con orgullo cuando ella estaba molesta. En lugar de eso, buscaban soluciones juntos, hablaban de lo que les molestaba y reían mucho más de lo que discutían. Clara descubrió lo que era sentirse verdaderamente valorada. Con el tiempo, se casaron y formaron una familia que ella nunca había pensado que podría tener.


Mientras tanto, Tomás continuaba con su rutina. Una tarde, mientras paseaba por el parque, la vio a lo lejos. Clara estaba sentada en una manta de picnic con su esposo y dos niños pequeños que corrían a su alrededor. La felicidad en su rostro era inconfundible. Tomás se quedó congelado, incapaz de apartar la mirada.


Esa noche, al llegar a casa, Tomás no pudo evitar reflexionar sobre todo lo que había perdido. Los recuerdos de sus momentos con Clara volvieron a él como una película que no podía detener. Recordó los pequeños detalles: cómo le gustaba tomar su café, cómo su risa iluminaba incluso los días más oscuros, y cómo, a pesar de todo, siempre se preocupaba por él.


Por primera vez, Tomás se permitió asumir su responsabilidad en el fracaso de su relación. Pensó en todas las veces que pudo haber elegido comunicarse en lugar de gritar, en los momentos en que pudo haber escuchado en lugar de responder con rabia, y en las palabras que nunca debió haber dicho.


Cerró los ojos y se imaginó un futuro alternativo. En esa visión, Clara y él seguían juntos, con hijos que corrían por el parque mientras ellos compartían una mirada de complicidad. Podía casi sentir la risa de los niños y el calor del sol en su rostro. Pero cuando abrió los ojos, la realidad era otra.


Tomás entendió que había dejado escapar algo valioso, no solo por las peleas, sino por su incapacidad de manejar sus emociones. Aprendió, aunque demasiado tarde, que el amor no se trata solo de pasión, sino de paciencia, de comunicación y de la voluntad de trabajar juntos incluso en los momentos difíciles.


Aunque no podía cambiar el pasado, decidió no repetir los mismos errores en el futuro. Prometió que, si alguna vez el amor volvía a tocar su puerta, sería un hombre diferente, dispuesto a escuchar, a entender y a valorar.


Mientras tanto, Clara vivía feliz, sin saber que había dejado una lección imborrable en el corazón de Tomás. Una lección que él llevaría consigo siempre: a veces, el verdadero amor no se pierde por falta de sentimientos, sino por la incapacidad de cuidarlo cuando más lo necesita.

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