El Regalo de Eid: Una Historia de Esperanza y Gratitud
- Santiago Toledo Ordoñez
- 31 mar
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 31 mar
El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo con tonalidades doradas y anaranjadas. Omar, un niño de 12 años, se despertó con una mezcla de emoción y nostalgia. Era Eid Mubarak, uno de los días más importantes del año para su familia y para millones de personas en todo el mundo.

Sin embargo, este año era distinto. La tienda de su padre había cerrado meses atrás, y desde entonces, su madre hacía malabares para mantener a la familia con lo poco que tenía. Aunque la casa seguía llena de amor, las celebraciones serían más sencillas que en años anteriores.
Omar se vistió con la única ropa nueva que su madre había podido comprarle: una camisa blanca con detalles bordados y un pantalón oscuro. No era un conjunto costoso, pero lo llevaba con orgullo. Sabía que su madre había ahorrado durante meses para comprárselo.
—¡Omar, es hora de ir a la mezquita! —llamó su madre desde la cocina.
Antes de salir, ella le entregó una pequeña caja envuelta en papel dorado.
—Llévala contigo. Es un pequeño obsequio para compartir.
Omar la tomó sin preguntar. Sabía que, a pesar de las dificultades, su madre siempre encontraba la manera de hacer de Eid un día especial.
La oración y el significado de Eid
Al llegar a la mezquita, Omar se encontró con sus amigos y vecinos. La sala de oración estaba llena de personas vestidas con sus mejores ropas, todas sonriendo y abrazándose. El imán, un hombre de barba blanca y mirada amable, subió al púlpito y comenzó su sermón.
—Eid no es solo un día de celebración. Es un recordatorio de la importancia de la gratitud, la compasión y la generosidad. Hoy, al regresar a casa, recordemos que la verdadera felicidad no está en lo que tenemos, sino en lo que compartimos.
Las palabras del imán resonaron en el corazón de Omar. Mientras todos levantaban sus manos en oración, él cerró los ojos y pidió en silencio:
"Ojalá este Eid traiga felicidad a todos, incluso a quienes tienen menos que yo."
Cuando la oración terminó, las familias se saludaron con abrazos y la frase tradicional:
—¡Eid Mubarak!
Era un momento de unidad, donde no importaban las diferencias ni las dificultades. En ese instante, todos eran hermanos, unidos por la fe y la celebración.
Un encuentro inesperado
Al salir de la mezquita, Omar vio a un niño pequeño sentado en la acera. Sus ropas estaban gastadas, sus zapatos llenos de polvo y su mirada reflejaba una mezcla de tristeza y esperanza.
Omar sintió un nudo en la garganta. Algo dentro de él le decía que tenía que hacer algo. Entonces, recordó la caja que su madre le había dado. Se acercó al niño y le tendió el paquete con una sonrisa.
—Eid Mubarak —dijo con alegría.
El niño lo miró con sorpresa y luego tomó la caja con manos temblorosas. Al abrirla, sus ojos se iluminaron: adentro había dulces, frutos secos y una pequeña tarjeta con la frase "Que este Eid te llene de felicidad."
—Gracias… —susurró el niño con una sonrisa tímida.
Omar sintió una calidez en el pecho. En ese momento, entendió lo que el imán había dicho: la verdadera felicidad no estaba en recibir, sino en dar.
La verdadera esencia de Eid
Esa noche, de regreso en casa, Omar se sentó junto a su madre y le contó lo que había ocurrido.
Ella lo miró con orgullo y acarició su cabello.
—Ese es el verdadero espíritu de Eid, hijo. Cuando das desde el corazón, la felicidad se multiplica.
Omar sonrió, sintiendo una paz que nunca antes había experimentado. Tal vez no había tenido una gran fiesta ni regalos costosos, pero había aprendido una lección invaluable:
Eid Mubarak no es solo una celebración. Es un recordatorio de que la generosidad, la gratitud y el amor son los regalos más valiosos que podemos dar.
Parte 2: Un Encuentro Inolvidable
Pasaron varios días desde aquel Eid Mubarak, pero Omar no podía olvidar el rostro del niño en la acera. Algo en su mirada se había quedado grabado en su corazón. Se preguntaba si estaría bien, si tendría a alguien que lo cuidara.
Una tarde, mientras caminaba por el mercado con su madre, Omar notó a un grupo de niños jugando en un callejón. Entre ellos, reconoció al pequeño al que le había dado la caja de dulces. Su ropa seguía desgastada, pero su rostro reflejaba una energía diferente: reía y corría con los demás, como si por un instante hubiera olvidado cualquier tristeza.
Sin dudarlo, Omar se acercó.
—¡Hola! —dijo con entusiasmo.
El niño lo miró y sus ojos se iluminaron de reconocimiento.
—¡Eres tú! —exclamó con una gran sonrisa.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Omar.
—Me llamo Karim.
Omar y Karim se sentaron en un pequeño banco de madera junto al mercado. Omar notó que Karim tenía los pies descalzos y las manos ásperas, como si estuviera acostumbrado a trabajar.
—¿Dónde vives? —preguntó Omar con curiosidad.
Karim bajó la mirada.
—Mi madre y yo vivimos en un refugio. Mi padre… él ya no está con nosotros.
Omar sintió un nudo en la garganta. No sabía qué decir. Solo pudo recordar las palabras del imán: "La compasión es la esencia de Eid."
Entonces, tomó una decisión.
—¡Ven conmigo!
Un acto de bondad que cambia vidas
Llevó a Karim hasta donde estaba su madre. Cuando ella vio a los dos niños juntos, comprendió lo que Omar quería hacer sin necesidad de que él hablara.
—Es un gusto conocerte, Karim. ¿Te gustaría cenar con nosotros esta noche?
Karim abrió los ojos con sorpresa y asintió con entusiasmo.
Esa noche, cuando llegaron a casa, la madre de Omar preparó una comida sencilla pero llena de amor: arroz con cordero y pan recién horneado. Para Karim, que estaba acostumbrado a raciones pequeñas en el refugio, aquello era un festín.
Entre bocados, Karim compartió historias sobre su vida, sobre su madre y sobre cómo soñaba con estudiar algún día para ayudarla.
—Siempre le digo a mi madre que, cuando sea grande, construiré una casa para ella. Una donde nunca más pasemos frío.
Las palabras de Karim resonaron en el corazón de Omar.
Esa noche, antes de dormir, Omar le habló a su madre.
—Mamá, quiero ayudar a Karim y a otros niños como él. ¿Podemos hacer algo?
La madre de Omar lo miró con ternura y asintió.
—Siempre hay algo que podemos hacer, hijo.
El inicio de algo más grande
Al día siguiente, Omar y su madre visitaron el refugio donde vivía Karim. Se dieron cuenta de que había muchos niños en situaciones similares. Algunos habían perdido a sus padres, otros tenían familias que no podían mantenerse solas.
Fue entonces cuando nació una idea. La madre de Omar organizó una colecta en el barrio para reunir ropa, comida y libros para los niños del refugio. Poco a poco, más personas se unieron. Cada vez que alguien donaba algo, Omar sentía la misma calidez en el pecho que aquella mañana de Eid.
Unas semanas después, cuando volvieron al refugio, Karim corrió a abrazarlo.
—¡Omar! ¡Mira todo esto! ¡Es increíble!
Omar sonrió. Sabía que no había cambiado el mundo entero, pero sí había cambiado el mundo de Karim y de otros niños.
Y así, lo que comenzó con una simple caja de dulces en Eid Mubarak, se convirtió en una cadena de generosidad y esperanza.
Omar comprendió que Eid no es solo un día al año. Eid es un recordatorio de que siempre podemos hacer algo por los demás, cualquier día, en cualquier momento.
Y con esa idea en el corazón, supo que su misión apenas estaba comenzando.

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