El Trueno que Despertó al Bosque
- Santiago Toledo Ordoñez
- 21 ene
- 3 Min. de lectura
En lo profundo de un bosque remoto, donde los inviernos eran largos y silenciosos, vivía un hombre llamado Tao. Solitario por elección, había construido una vida tranquila lejos del bullicio del mundo. Su cabaña de madera estaba rodeada de árboles altos y antiguos, y un río cercano ofrecía el agua que necesitaba. Tao encontraba consuelo en la rutina: cortar leña, preparar su comida y observar cómo la naturaleza cambiaba lentamente a su alrededor.
Pero esa paz escondía algo más profundo. Tao no había elegido el aislamiento por amor a la soledad, sino por temor al cambio. Había perdido a su familia en un accidente años atrás, y desde entonces, cada decisión le parecía un riesgo insoportable. En su refugio, lejos de la imprevisibilidad de la vida, creía haber encontrado seguridad.
Una noche de invierno, cuando el aire estaba frío y pesado, Tao notó algo extraño. El viento comenzó a soplar con más fuerza, y las nubes se arremolinaron en el cielo, oscureciendo incluso la luna. Cerró la puerta de su cabaña con un leve temblor en las manos, sintiendo una inquietud que no podía explicar.
De repente, un **trueno** rompió el silencio. Fue un sonido tan poderoso que sacudió la tierra bajo sus pies. Tao se quedó inmóvil, con el corazón latiendo rápido, mientras el eco del trueno resonaba en las colinas cercanas. Un segundo relámpago iluminó el bosque, y por un instante, todo pareció cobrar vida: las ramas desnudas, el agua del río, incluso las sombras parecían moverse con intención.
El trueno lo sacudió de una manera que no podía ignorar. No era solo el rugido del cielo; era algo más profundo, algo que resonaba en su interior. Por primera vez en años, Tao sintió que su rutina era una prisión y no un refugio. Recordó las palabras de un anciano sabio que había conocido en su juventud:
*"El trueno es el llamado de los cielos. No temas su fuerza; es la señal de que la vida te pide moverte."*
Esa noche, mientras el cielo seguía iluminándose con relámpagos, Tao no pudo dormir. Se quedó sentado junto al fuego, pensando en todo lo que había evitado: los caminos que no había explorado, los proyectos que había dejado a medias, las personas que había abandonado por miedo a perderlas. El trueno parecía recordarle que la vida no estaba en la quietud, sino en el movimiento, en enfrentar lo desconocido.
Cuando el amanecer llegó, el bosque había cambiado. La nieve comenzaba a derretirse, y los primeros brotes verdes asomaban entre las ramas. Tao salió de su cabaña, respirando el aire fresco y sintiendo el latido de la tierra bajo sus pies. Supo en ese momento que no podía seguir viviendo como lo había hecho hasta entonces.
Con una determinación renovada, recogió sus pertenencias más importantes: una mochila con herramientas, un mapa que había guardado por años y un viejo collar que su madre le había dado antes de morir. Cerró la puerta de la cabaña y miró hacia el horizonte. No sabía exactamente a dónde lo llevarían sus pasos, pero por primera vez en mucho tiempo, eso no lo asustaba.
Mientras caminaba por los senderos del bosque, el sol empezó a asomarse entre las nubes, iluminando su camino. Cada paso que daba parecía sincronizado con el latido de su corazón, fuerte y constante, como el eco del trueno que lo había despertado. Tao entendió que la vida no era un refugio estático, sino un viaje lleno de incertidumbres, desafíos y posibilidades.
Años después, Tao se convirtió en un guía para otros que, como él, habían temido el cambio. Cuando le preguntaban qué lo había impulsado a dejar su cabaña y enfrentar el mundo, él siempre respondía con una sonrisa:
—Fue el trueno. No solo sacudió al bosque, sino también a mi alma.
Y desde entonces, cada vez que el cielo rugía con fuerza, Tao recordaba ese momento. Sabía que, en el fondo de cada trueno, había un llamado a la vida y un recordatorio de que el movimiento era la esencia del crecimiento.

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