Fragmentos de un amor perdido
- Santiago Toledo Ordoñez
- 8 ene
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 19 ene
En un barrio moderno, donde los edificios de cristal se alzaban como gigantes silenciosos, vivía Julia, una joven que había crecido con la idea de que el amor era una cuestión de encontrar a la persona indicada y ser feliz para siempre. Desde pequeña, había visto películas en las que el amor era perfecto: dos almas que se encontraban, se entendían a la perfección y, sin esfuerzo, construían una vida juntos. Pero a medida que fue creciendo, esa visión comenzó a desmoronarse como un castillo de arena a merced del viento.
A los veintiocho años, Julia se encontraba atrapada en la vorágine de la sociedad moderna: su trabajo absorbía la mayor parte de su tiempo, sus relaciones eran superficiales y sus citas, aunque numerosas, parecían más intercambios vacíos que encuentros significativos. Las redes sociales, con sus imágenes pulidas de vidas perfectas, le decían constantemente que debía ser feliz, pero en su interior se sentía vacía, como si algo esencial le faltara.
Un día, en una de sus salidas, conoció a Lucas, un hombre simpático, atractivo y, sobre todo, muy popular en las redes. Las conversaciones con él fluían fácilmente, pero a medida que pasaban los días, Julia comenzó a notar que algo no encajaba. Lucas parecía tener todo lo que cualquier persona podría desear: éxito, admiración y una vida aparentemente perfecta. Sin embargo, había algo en su mirada que reflejaba una soledad profunda, una desconexión que se ocultaba detrás de su sonrisa perfecta.
En una tarde de domingo, mientras paseaban por un parque de la ciudad, Julia finalmente le preguntó: "¿Qué buscas realmente en una relación?"
Lucas la miró fijamente, como si la pregunta la hubiera sacado de su trance, y después de unos segundos de silencio, respondió: "Busco sentirme completo. Creo que el amor es algo que se debe encontrar, algo que te hace sentir que no necesitas nada más. Pero no sé si realmente lo entiendo."
Esas palabras resonaron en la mente de Julia. ¿Qué significaba realmente el amor? ¿Era algo que se debía encontrar, como un tesoro perdido, o algo que se debía construir día a día con esfuerzo, comprensión y compromiso?
A medida que pasaba el tiempo, Julia comenzó a darse cuenta de que su relación con Lucas, aunque llena de momentos intensos, se había convertido en un ciclo repetitivo de expectativas no cumplidas y decepciones silenciosas. El amor que compartían no se nutría de la conexión profunda que Fromm describía en su libro *El arte de amar*. En lugar de un amor basado en el respeto, la comprensión mutua y la responsabilidad, todo parecía ser una cuestión de satisfacer deseos inmediatos, como si estuvieran atrapados en una constante búsqueda de gratificación instantánea.
Un día, mientras caminaban juntos por una calle bulliciosa, Julia tomó la mano de Lucas y le dijo, con una mezcla de tristeza y determinación: "Creo que no sabemos cómo amarnos realmente. No nos conocemos de verdad, solo compartimos fragmentos de nosotros mismos. Y eso no es suficiente."
Lucas la miró, y en sus ojos había una mezcla de desconcierto y aceptación. En su corazón, sabía que Julia tenía razón. Ambos habían confundido el amor con la idea de posesión, de encontrar a alguien que completara un vacío en sus vidas, sin comprender que el verdadero amor no era algo que se tomaba, sino algo que se daba, algo que requería esfuerzo, dedicación y una conexión real.
Con el paso del tiempo, Julia comenzó a emprender un viaje hacia el autoconocimiento. Se dio cuenta de que el amor no podía ser un objeto de consumo, ni algo que simplemente se esperaba de otra persona. Comprendió que debía aprender a amarse a sí misma, a entender sus propios deseos, a sanar sus heridas internas y a desarrollar una relación sana y profunda con el mundo que la rodeaba.
Un día, mientras paseaba por el mismo parque donde había hablado con Lucas, Julia sonrió. Ya no sentía esa soledad que antes la acompañaba. Sabía que el verdadero amor, el que Fromm había descrito, no estaba en encontrar a la persona perfecta, sino en construir relaciones basadas en el respeto, el cuidado mutuo y el deseo genuino de crecer juntos.
El amor, pensó Julia, no es una transacción ni una búsqueda de satisfacción inmediata. Es un arte, un arte que se cultiva con el tiempo, con la paciencia y la voluntad de comprender y acompañar al otro en su viaje. Y, sobre todo, un arte que comienza con uno mismo.

La relación entre el artículo y lo que plantea Erich Fromm sobre el amor y su desintegración en la sociedad contemporánea puede entenderse desde la perspectiva de cómo las dinámicas de la sociedad moderna están afectando la naturaleza del amor y las relaciones humanas. Fromm, en El arte de amar, señala que el amor verdadero se ha visto desplazado por una concepción superficial y transaccional, donde las relaciones se ven como intercambios de necesidades personales y emocionales inmediatas, más que como una construcción profunda y significativa.
En el artículo se aborda la creciente fragmentación de las relaciones en la sociedad actual, un fenómeno que coincide con lo que Fromm describe como la crisis emocional y social contemporánea. Hoy en día, las relaciones humanas se ven reducidas a encuentros más superficiales, en los que los individuos se buscan principalmente para satisfacer necesidades emocionales inmediatas, sin comprender el trabajo que implica construir una conexión auténtica y duradera. Este fenómeno es paralelo a la crítica de Fromm a la sociedad capitalista, donde las personas tienden a ver las relaciones como objetos de consumo, buscando satisfacción inmediata, como si el amor fuera una mercancía que puede comprarse o intercambiarse.
Fromm observa que, en lugar de crear relaciones que se nutren de la responsabilidad, el cuidado y el respeto mutuo, muchas personas se acercan al amor como una forma de aliviar la soledad o el vacío personal. Este enfoque lleva a la desintegración del amor auténtico, que es el resultado de una conexión profunda entre dos personas que se entienden, se apoyan y crecen juntas. La sociedad moderna, con su énfasis en la individualidad y el consumismo, ha distorsionado esta visión, llevando a las personas a ver el amor más como una forma de auto-completarse que como un proceso de construcción conjunta, un proceso que, según Fromm, requiere dedicación y esfuerzo constante.
La conexión entre lo que Fromm plantea y lo descrito en el artículo es clara: vivimos en una época donde el amor y las relaciones humanas están en constante peligro de desintegrarse bajo la presión de la gratificación instantánea, el individualismo y la superficialidad. Como resultado, el verdadero amor, el que se basa en un conocimiento mutuo y un esfuerzo consciente por parte de ambas personas, se ha visto desplazado por relaciones más efímeras, que no fomentan el crecimiento mutuo ni la comprensión profunda.
Fromm nos recuerda que el amor no puede ser simplemente un acto de intercambio, sino un proceso activo que requiere de dedicación, esfuerzo y, sobre todo, un entendimiento genuino del otro, viéndolo no solo como un medio para satisfacer nuestras propias necesidades, sino como un ser completo con sus propios sentimientos y aspiraciones. En este sentido, el verdadero amor, según Fromm, es un arte que necesita ser cultivado más allá de las presiones sociales, comerciales y de gratificación inmediata que dominan la sociedad actual.
Comments