Tú y yo nunca seríamos pareja
- Santiago Toledo Ordoñez
- 23 nov 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 ene
Era una tarde lluviosa cuando Sofía y Tiago se encontraron por casualidad en la cafetería de la esquina. La ciudad estaba envuelta en un gris melancólico, pero dentro del pequeño local, el aroma a café recién hecho y el murmullo de conversaciones creaban un refugio acogedor. Sofía, una ilustradora que adoraba los trazos desordenados y los colores vivos, estaba concentrada dibujando en su cuaderno. Tiago, un ingeniero amante del orden y la lógica, revisaba un informe en su laptop mientras bebía un expreso.
El encuentro fue accidental y un poco incómodo. Sofía, distraída con sus bocetos, volcó sin querer el café de Tiago al intentar alcanzar una servilleta.
—¡Perdón, de verdad! No te vi —dijo Sofía mientras buscaba frenéticamente algo para limpiar el desastre.
Tiago levantó la vista, más sorprendido que molesto.
—No te preocupes, es solo café. Aunque… no era barato —añadió con una pequeña sonrisa sarcástica.
Sofía soltó una risa nerviosa y, entre disculpas, acabaron charlando. La conversación fluyó de forma inesperada: desde el clima hasta películas, pasando por debates sobre el caos frente al orden. Al despedirse, Tiago bromeó:
—Definitivamente, tú y yo nunca seríamos pareja. Somos demasiado distintos.
Sofía rió, pero algo en esa frase la dejó pensando.
Entre diferencias y encuentros
Pese a sus mundos opuestos, sus caminos siguieron cruzándose. En cada encuentro, las diferencias entre ellos se hacían más evidentes y, a la vez, más fascinantes. Sofía vivía en el caos creativo de su pequeño estudio, donde los colores y los materiales parecían haberse adueñado de cada rincón. Tiago, por su parte, habitaba un departamento minimalista y organizado, donde cada objeto tenía un propósito claro.
Cuando Sofía le mostraba sus dibujos, Tiago se sorprendía por la libertad que expresaban.
—¿Cómo puedes trabajar en medio de tanto desorden? —preguntaba.
—¿Y cómo puedes vivir sin un poco de desorden? —respondía ella con una sonrisa traviesa.
Las conversaciones, aunque a veces parecían discusiones, siempre los llevaban a aprender algo nuevo del otro. Tiago comenzó a valorar la belleza del caos, mientras que Sofía empezó a ver el encanto en la estructura.
El punto de quiebre
Una noche, durante una tormenta eléctrica, Sofía se quedó varada cerca del edificio de Tiago. Sin dudarlo, él la invitó a quedarse. Mientras cenaban juntos en la cocina impecable de Tiago, la luz de las velas iluminaba sus rostros.
—¿Recuerdas lo que dijiste la primera vez que nos vimos? —preguntó Sofía de repente.
—¿Qué cosa?
—Que tú y yo nunca seríamos pareja.
Tiago soltó una pequeña risa.
—Sigo pensándolo. Somos demasiado diferentes.
Sofía asintió, pero sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y ternura.
—Tal vez es cierto. Pero, ¿no crees que nuestras diferencias nos complementan?
Tiago quedó en silencio, reflexionando. Había algo en ella que desafiaba toda lógica, algo que hacía que el caos y el orden no fueran enemigos, sino piezas de un mismo rompecabezas.
La decisión
Con el tiempo, lo que comenzó como una afirmación rotunda se convirtió en una pregunta abierta. Tiago y Sofía no eran una pareja convencional, pero tampoco eran solo amigos. Aprendieron a construir un espacio donde ambos pudieran ser ellos mismos, donde las diferencias no los separaban, sino que los acercaban.
Un día, mientras caminaban juntos bajo la lluvia, Tiago tomó la mano de Sofía y dijo:
—Tal vez tenía razón. Nunca seríamos una pareja común.
Sofía lo miró, sorprendida.
—¿Eso es malo?
Tiago sonrió, apretando suavemente su mano.
—No, es lo mejor que nos pudo pasar.
Porque a veces, las historias más extraordinarias nacen de las combinaciones más inesperadas.

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